En el trabajo, en casa, e incluso de vacaciones. Parece que ninguno de nosotros puede escapar a la necesidad de estar ocupados, de hacer algo todo el tiempo, una enfermedad más propia de estos días que de la naturaleza humana.
Nadie tiene tiempo para nada
Comencé a pensar en esta reflexión la semana pasada, en esto de estar ocupados todos nosotros, prácticamente todo el tiempo. Concurrí a una fiesta de cumpleaños a la que estaban invitados muchos viejos amigos que no veía hace rato. Al consultar al primero de ellos acerca de qué estaba haciendo de su vida, más que comentarme lo que había logrado o sus sueños de futuro, me contestó que estaba muy ocupado por esos días.
Pasaron algunas horas, fuimos quedando menos invitados en la fiesta y la reunión se hizo algo más íntima con los comensales que aún quedaban en la casa, y allí pude comprobar que el estar ocupados no solo me afectaba a mi y a aquel amigo. Prácticamente todos los presentes estaban de acuerdo en que no debían marcharse mucho más tarde a sus hogares, pues en efecto, estaban ocupados con otros temas que requerían de resolución urgente, o eso parecía.
Y no se trata solo de estar ocupados de la boca para afuera, sino que todas esas personas, y supongo que en cierto modo yo también, parecían tener sus cabezas en otras partes, estar cansadas y no estar disfrutando de un momento de relajación, que debía ser lo que todos querrían si realmente luego sus vidas son tan complicadas como decían. O es que no solo estamos ocupados cuando lo estamos, sino que ahora también estamos ocupados cuando no deberíamos estarlo.
¿Cuándo comenzamos a estar ocupados?
Volvamos un poco en el tiempo. Durante los primeros años en la escuela, y probablemente incluso hasta los 12 o 13 años, podríamos decir que no experimentamos esa sensación de estar ocupados todos el tiempo que ahora mismo descubrimos. Sin embargo, y cada vez más a temprana edad, los pequeños parecen buscar actividades para estar ocupados la jornada completa, y que así parezca que sus días son más interesantes que los de los demás.
Y aunque por supuesto es recomendable que utilicemos en nuestros primeros años las energías de sobra y las mayores posibilidades de incorporar conocimientos de todo tipo que cuando seamos adultos, es imposible evitar hacerse ciertos planteos del estilo de “¿está bien tener tareas desde las ocho de la mañana hasta luego de la cena?” o “¿no sería mejor tomarme un rato todos los días para hacer cosas que me gusten y no solo obligaciones?”.
El pensamiento de Sócrates
Aunque es cierto que el problema con quienes parecen estar ocupados podríamos creer que es más bien reciente, en realidad se trata de una cuestión que ha desvelado al ser humano desde los comienzos mismos de la civilización. Podemos mencionar por ejemplo lo sucedido con Sócrates, quien en su momento se preguntó en muchas ocasiones acerca de este tipo de situaciones, y cómo el estar ocupados nos alejaba del “examen interno” tan necesario.
“Una vida sin examen, no merece ser vivida”, solía decir uno de los filósofos más importantes de la historia, y al respecto debemos tener en cuenta que lo decía con conocimiento de causa, pues por aquel entonces el estar ocupados todo el día ya estaba de moda. Y si así era hace miles de años, qué podemos pensar de los años ´50 en adelante, tiempo en el que las enormes innovaciones tecnológicas casi que nos han pasado por encima.
De hecho, podríamos hacer un ejercicio bastante sencillo: fíjate a lo largo del día, cuántas veces no tienes a menos de cinco metros de distancia un móvil, un ordenador o una TV. Verás que prácticamente a cada momento hacemos lo posible para estar ocupados, incluso cuando solo intentemos hacer algo para “no tener que pensar” en los asuntos realmente importantes, los que paradójicamente son los que pueden ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida.
¿Cómo está tu corazón?
Muchas culturas actuales pero con raíces milenarias, demuestran las diferencias que existen entre el estar ocupados del cuerpo que es lo que nosotros solemos responder cuando alguien nos consulta acerca de qué estamos habiendo. Ellos utilizan una variante sumamente interesante relacionada con el corazón o el alma, pues su pregunta habitual de cortesía, traducida, vendría a ser algo así como “¿cómo está tu alma?”.
Ese sentimiento profundo, que demuestra la dualidad que convive en cada uno de los seres humanos, es una de las muestras más evidentes de que incluso cuando buena parte del día podemos llegar a estar ocupados, porque al fin y al cabo todo lo que nos rodea, el mundo, nos exige eso, tenemos que hacernos un espacio a lo largo de la jornada para seguir disfrutando de las pequeñas cosas que aún nos engrandecen.