Hay cosas ingobernables. Y son maravillosas. Son como las buenas canciones, que no cambian, no importa las versiones que se hagan de ellas o en qué idioma suenen. La original siempre está ahí, siempre es la misma y siempre suena igual de bien, aunque no la entiendas. Y nosotros deberíamos ser así.
Ingobernables, intocables, intangibles. Y no, no hablo del cuerpo.
Deberíamos dejar de agarrarnos a las cosas como si fuesen farolas y empezar a disfrutarlas, dejar que nos gusten aunque ni siquiera comprendamos por qué. Dejar que sean como son.
Deberíamos despegar los pies del suelo, sacarlos del tiesto. No hay nada de malo en romper un molde. No hay nada de malo en querer algo con las suficientes ganas como para salirse del montón.
Como bien sabéis, para hacer una tortilla primero hay que romper un par de huevos.
En esta vida hay que tener hambre. Hay que gritar.
Hay que ser extraordinario, no importa en qué ni de qué manera. Serlo. Porque como bien dicen: los barcos están más seguros en los puertos, pero los barcos no se construyeron para eso.
Fragmento extraído de El cajón de Gatsby